- Escuchar de verdad. A menudo ni siquiera los esposos se eschuchan, aunque se oígan. Mucho menos son escuchados los niños.
- Ponerse en el lugar del otro. Es decir, pensar cuál puede ser su situación actual, sus deseos y dificultades.
- Comunicarse con franqueza. No conduce a nada bueno, el ocultar cosas, las reticencias, las verdades a medias.
- Ayudar en el trabajo. Con frecuencia podemos hacer la mar de cosas que aliviarían a otros.. Es cuestión de pensar.
- Ser fieles. No sólo a Dios, sino a quienes nos rodean.
- Ayudar a fondo perdido. Por lo tanto, sin esperar nada a cambio,, y sin lamentarnos de la falta de respuesta.
- Aceptar las diferencias. En realidad son fuente de unión y enriquecimiento mutuo. Y si los otros no son como yo, es que yo no soy como ellos.
- Superar decepciones. Se repiten, pero hay que vencerlas y constituyen un enriquecimiento mutuo.
- Atreverse a perdonar. Lo rezamos a diario. ¿Por qué no ponerlo en práctica? Necesitamos ser perdonados.
Este artículo está sacado de la revista, El Promotor, del mes de Septiembre de 2008.
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