Es el gran acompañante de la experiencia humana y el objetivo de toda cultura y de todo proceso educativo: lograr vivir lo mejor posible.
Es un privilegio de los que aprendieron a vivir: disfrutar de lo que se vive y disfrutar del cómo lo vivimos, cayendo en la cuenta y regocijándonos. Porque pensamos sobre infinidad de pequeños placeres sin valorarlos.
Disfrutar de lo que se tiene y no pasarse la vida echando de menos lo que nunca se podría tener.
Capacitándose para disfrutar con la mejora de nuestros sentidos: potenciarlos corrigiendo sus fallos, entrenando su funcionamiento y llegando al siempre más: capacitándolos para oír la música, apreciar la belleza del cuadro, del paisaje y del rostro y el perfil hermoso y actractivo.
Disfrutar con los afectos de los afectos. Aprendiendo a recibir ternura y a expresarla y, sobre todo, a disfrutarla. Y lo mismo con los hallazgos de la inteligencia.
Enriqueciendo nuestras vivencias del hoy con las experiencias positivas del pasado y sintiéndose autores del sentido del propio futuro.
Con la sensatez de que somos capaces de dar sentido a nuestra propia vida. Incluso cuando nos llegan los contratiempos, cogiendo el timón, manejando las velas, para llevar, de nuevo, la iniciativa.
Sin competir con los demás, sino superando las propias limitaciones. Y comprobando, cada vez, con más eficacia, que uno de los mayores placeres humanos consiste en lograr objetivos difíciles gracias al propio esfuerzo.
Como dijo William George Ward:"El pesimista se queja del viento. El optimista espera que cambie. El realista ajusta las velas".
Joaquín García de Dios sj.
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