Cuento
Érase una vez una isla donde habitaban todos los sentimientos: Felicidad, Melancolía, etc. etc.: estaba también el Amor, claro. Un día se avisó a todos que la isla se iba a hundir. Y todos se marcharon en sus barquitas excepto el Amor, que quería resistir hasta el último momento. Ya estaba a punto de hundirse del todo la isla, cuando el Amor decidió pedir ayuda.
Pasó por allí la Riqueza en un lujoso trasatlántico: "No, no puedo llevarte en mi barco. LLevo gran cantidad de oro y plata y no hay sitio para ti. Lo siento".
Pasó por allí la Vanidad en una preciosa embarcación, un yate de los más caros del mercado, y dijo: "No puedo llevarte. Podrías ensuciar mi yate nuevo. Te veo poco acicalada".
Pasó la Triesteza y el Amor le pidió ayuda: "No, no puedo llevarte. Bastante tengo con preocuparme de mi triste yo".
También pasó la Felicidad, pero estaba tan entusiasmada que no se daba cuenta de lo que ocurría en su entorno.
De pronto, se oyó una voz...
¡"Amor, ven! ¡Yo te llevaré!
Era un anciano. Tan contento estaba el Amor que se le olvidó preguntarle a dónde iban. Cuando llegaron a tierra firme, el anciano se fue por su camino. El Amor reflexionó sobre cuánto le debía.
Por eso preguntó al Conocimiento, que era otro anciano, quién era áquel que le había ayudado tan efizcamente. El Conocimiento respondió: "Fue el Tiempo". El Amor, muy sorprendido, preguntó por qué el Tiempo le había echado una mano tan oportunamente. El Conocimiento sonrió y, con gran sabiduría, repuso: "Porque solamente el Tiempo es capaz de entender lo que vale el Amor".
N. B. Este cuento está tomado del libro de Jose´Carlos Bermejo. "Regálame la salud de un cuento, editado por Sal Terrae.
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