En una humilde casa vivía un hombre con su mujer, su padre y su hijo, que todavía era un bebé. El abuelo no hacía prácticamente nada, pues estaba demasiado débil para trabajar. Se limitaba a comer y a fumar, sentado a la puerta.
Entonces el hombre decidió sacarlo de la casa y abandonarlo a su suerte en las calles, como a veces se hacía, en las épocas más duras, con las bocas inútiles.
La esposa intentó interceder en favor del anciano, pero fue en vano.
- Como mínimo, dale una manta -dijo ella.
- No. Le daré la mitad de una manta. Eso es suficiente.
La esposa le suplicó y, finalmente, consiguió convencerlo para que le diese la manta entera.
De repente, en el momento en que el viejo estaba a punto de salir llorando de la casa, se oyó la voz del bebé en la cuna. Y el bebé le decía a su padre:
- ¡No! ¡No le des la manta entera! Dale sólo la mitad.
¿Por qué? -preguntó el padre, completamente anonadado, acercándose a la cuna.
- Porque -contestó el bebé- yo necesitaré la otra mitad para dártela a tí el día en que te eche de aquí.
- Siento que los mayores son considerados menos en...
- Podría aprender de los mayores si me puesiera en su lugar...
- Sí soy mayor, podría compartir mi experiencia de manera saludable con los más jóvenes...
N. B. Este cuento está tomado del libro de José Carlos Bermejo "Regálame la salud de un cuento".
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